Pandemia, un tiempo para descifrar.
- Inmaculada de Tigre
- 11 jul 2020
- 12 Min. de lectura
El tiempo no es algo que pasa, es Alguien que viene, Jesucristo el Señor.
¿Cronos o kairós?
Los griegos tenían dos palabras para referirse al tiempo: cronos y kairós. La primera se refiere al tiempo cronológico o secuencial. La segunda significa el momento indeterminado donde las cosas especiales suceden. La principal diferencia es que, mientras kairós es de naturaleza cualitativa, cronos es cuantitativo. El concepto de kairós aparece en versiones griegas del Nuevo Testamento, por ejemplo en Marcos 1:15, donde significa “el momento señalado en el propósito de Dios”, “el tiempo necesario para que la voluntad de Dios se cumpla”.
La cuestión del tiempo está indudablemente ligada a la actual situación de pandemia: ante el cambio de los hábitos cotidianos, puede ser que no sepamos qué hacer con el tiempo que tenemos; puede ocurrir también que estemos contando los días que faltan para que concluya el aislamiento social o que estemos anticipadamente planeando cómo volver a nuestra vida habitual como si nada hubiera pasado. Éste es el “tiempo cronos”, el que simplemente dejamos pasar o cronometramos según nuestros intereses. Que todo pase pronto, que se acabe de una vez, que despertemos lo antes posible de esta pesadilla. Esta concepción del tiempo puede relacionarse con estos valores: seguridad, eficacia, eficiencia y productividad. También puede relacionarse con superficialidad, inercia, indiferencia y cobardía.
El “tiempo kairós”, en cambio, nos sitúa ante la profundidad de los acontecimientos. Apela a los recursos más puros de nuestra interioridad para estar a la altura de las circunstancias, para ponernos a la escucha de la realidad y para encontrar allí la voz de Dios audible en los signos de los tiempos. Nos convoca a la fortaleza, la humildad y la magnanimidad que requieren los grandes hechos: esos hechos extraordinarios que un día, finalmente, concluyen para dar lugar a la vida ordinaria. Y es, precisamente aquí, en la vida que sigue al acontecimiento, donde va a verificarse qué concepción de tiempo ha primado en nosotros. ¿Un tiempo que contabilizamos sólo en función de intereses subjetivos? ¿O un tiempo oportuno para descifrar esta crisis y escuchar allí la voz de Dios?
Multifacética y compleja
La pandemia se nos manifiesta con muchos rostros, a través de una globalizada información que, casi en sincronía con los hechos, recorre rápidamente el mundo. Esta vorágine informativa, que no siempre guarda los más elementales standars de la ética comunicacional, hace más difícil vivir la crisis como kairós. Sin pretender mencionar exhaustivamente los innumerables datos, experiencias y manifestaciones de esta pandemia, elegí sólo aquellos que logré identificar con claridad y los agrupé en los siguientes seis tópicos. Esta lectura no es absoluta ni completa y, más que esclarecer desde esta única perspectiva, busca alentar otras lecturas y otros aportes que, colaborativamente, nos ayuden a ponernos a la escucha de este tiempo.
La pregunta sobre Dios.
La pregunta sobre Dios aparece reiteradamente en estos días. Se presenta inevitable en un mundo que, desde hace ya mucho tiempo vive, en gran medida, tratando de prescindir de Él. A través de distintas autonomías ha intentado ensayar una ilusoria omnipotencia humana: ciertos avances científicos y tecnológicos que benefician sólo a unos pocos, el poderío económico y desigual, la manipulación de la vida… En este escenario, desde hace unos pocos meses la humanidad asiste, entre sorprendida e incrédula, a una crisis inédita ante la cual los científicos no han encontrado, todavía, una solución.
¿Dónde está Dios en este momento? Si Dios existe, ¿por qué permanece callado, ausente e inactivo ante tanto dolor? Éstas y otras preguntas parecidas llevan al distanciamiento de la fe o intentan justificar un agnosticismo preexistente. Ésta no es una experiencia nueva. Muchos hermanos nuestros viven hoy y también han vivido, en otros momentos de dolor en sus vidas, el silencio de Dios y la aridez del desierto. Por otro lado, también está la pregunta de los creyentes. Para algunos de ellos, el Dios de la pandemia es el del Juicio Final y las conciencias escrupulosas se debaten entre culpas, apocalípticos finales y el desolador desconocimiento de la misericordia de Dios.
Las distintas experiencias de Dios, que han marcado nuestras vidas, son hoy las matrices que configuran nuestra experiencia religiosa actual: acudimos confiadamente a Él o renegamos de Él, lo buscamos seguros de su presencia en nuestro desierto o lo culpamos de nuestro dolor, le ofrecemos nuestra fragilidad o creemos que todas las soluciones están solamente en nuestras manos… Por eso, vale hoy que los agentes de la evangelización nos preguntemos: ¿Qué concepción de Dios hemos mostrado? ¿Qué hemos testimoniado? ¿Por qué muchos hoy, en plena pandemia, no quieren o no pueden encontrarse con el Padre providente que sana, protege y consuela?
Cada alma, cada vida humana busca hoy su modo personalísimo de vincularse con Dios. En forma de increencia, oposición o de confiada entrega cada uno vive, como puede, su relación con Él. En este amplio arco de posibilidades, la indiferencia religiosa, tan habitual en las sociedades occidentales, parece ocupar hoy un lugar más reducido y poco significativo. Viviendo esta situación como oportunidad, creo que en las crisis es mejor enseñar más prácticas y no tanto “temas”. Por ejemplo, en estos días, nos ayuda mucho enseñar a rezar para ponernos confiadamente en manos de Dios.
La dimensión humano - existencial.
La crisis desnuda y queda a la intemperie la fragilidad humana. No hay ningún tipo de poder que quede exento de esta crisis: se enferman ricos y pobres, los miembros de la nobleza, los jefes de estado y los ciudadanos de a pie, jóvenes y ancianos, académicos y gente sencilla, famosos y desconocidos… La pandemia nos hace tomar cruda conciencia de que la condición humana limitada y contingente nos iguala a todos.
Hay una generalizada añoranza del abrazo, el beso y la caricia que nos hace valorar la cercanía perdida. Tanto las experiencias de soledad como las de convivencia y compañía buscan nuevos sentidos y significados en un contexto inédito. Las abrumadoras imágenes que nos acercan las pantallas nos ponen ante el aspecto más doloroso e inhumano de esta pandemia: la enfermedad y la muerte en soledad, sin poder mirar por última vez los rostros amados antes de partir.
Las familias tratan de vivir las mil y una renuncias de la convivencia en los días de cuarentena y los que vivimos solos tratamos de poner en valor el silencio y la soledad como oportunidades privilegiadas para el encuentro con Dios, si somos creyentes, y también para ese postergado encuentro con nosotros mismos. Para casi todos esta crisis se desencadenó inesperadamente y nos sorprendió en medio de las más variadas circunstancias: la inminente separación de una pareja, un viaje, la enfermedad propia o de un miembro de nuestra familia, una mudanza, un nacimiento, aquella esperada y planificada celebración…
Nuestros grandes y pequeños proyectos se detienen, se demoran o se recrean ante la elocuencia de una realidad desconocida, que nos lleva a diversas reacciones: un sano temor, que nos pone en alerta y nos ayuda a cuidarnos, o una fobia desmedida que puede llegar a paralizarnos; el egoísmo solitario del “sálvese quien pueda” o un poderoso y creativo movimiento solidario dirigido hacia los más débiles.
La dimensión social
La pandemia de coronavirus se expande a todos los países, sin hacer distinciones entre emergentes, desarrollados, en vías de desarrollo y subdesarrollados. En esta pandemia no hay salvadores ni salvados y, desde esta inquietante experiencia de vulnerabilidad, se realizan iniciativas para el cuidado del prójimo. Lo hacen los gobiernos nacionales, provinciales y municipales; el personal de salud y de seguridad; las ONGs y las iglesias…
Hay quienes fabrican barbijos gratuitos, otros están abocados a la asistencia inmediata en los barrios más pobres, algunos elaboran máscaras y respiradores artificiales. Los científicos del mundo están intensamente abocados a la búsqueda de métodos de prevención y de curación de la enfermedad producida por el coronavirus. De los más diversos espacios se realizan iniciativas para el cuidado del prójimo. Si se hacen acciones conjuntas durante la crisis. Así, tal vez, después cuando pase la pandemia, el vínculo ya habrá quedado establecido y será más posible dar continuidad a esas acciones.
Los líderes políticos de todo el mundo se quedan casi sin palabras y, aun cuando intentan respuestas, vacilan ante la inexistencia de certezas rotundas. Según los distintos estilos y la idiosincrasia de sus gobiernos, algunos optan por una inconsciente soberbia; otros se escudan en decisiones más autoritarias y algunos ensayan estrategias basadas en las consultas a los científicos y a otros asesores. Algunos alzan voces que plantean una tensa polaridad entre economía y salud, entre el cuidado de la vida humana y el mercado financiero. Sube el riesgo país en muchos lugares del mundo, aumenta el número de desocupados, se derrumban algunas industrias y, poco a poco, se va extendiendo la lucha por la consecución de algunos insumos médicos.
Ante la imposibilidad del encuentro físico, las redes y otros espacios digitales se llenaron de propuestas novedosas o no muy desarrolladas antes de la pandemia: desde el teletrabajo hasta las compras digitales, pasando por el e- learning, las teleconsultas médicas y las comunidades virtuales para la evangelización. La idiosincrasia de los pueblos y sus matrices culturales imprimen su sello a la crisis, desde las diversas concepciones geopolíticas y económicas hasta las más sencillas formas para hacer cercano lo distante.
Las nuevas experiencias de esta crisis no se vinculan sólo con la tecnología. Hay en todo el mundo una explosión de creatividad para hacer posible la salida de uno mismo y el encuentro con los hermanos: los artistas cantan en los balcones, a determinada hora en la noche las ventanas se llenan de aplausos y el Himno Nacional envuelve el aire, el obelisco en Buenos Aires se ilumina con los colores de la bandera italiana e inventamos originales modos para saludarnos sin ponernos en riesgo.
La Iglesia en la pandemia.
La Iglesia, como tantas otras instituciones y ámbitos de la vida social, no pre – vio esta crisis y fue sorprendida sin reservas para mitigar el impacto. No obstante, muchos creyentes confían y esperan orientación, consuelo y liderazgo. Y hoy es posible, también, observar en los no creyentes una actitud expectante. Más allá de algunas voces que se alzaron para esgrimir aquella remanida crítica por “las riquezas del Vaticano,” el liderazgo espiritual del Papa está vigente. La histórica bendición urbi et orbi, que otorgó desde Roma al mundo entero el 27 de marzo, fue emitida por distintas señales de radio y televisión y por muchos otros medios católicos y no católicos.
Poco a poco, la jerarquía eclesiástica, los religiosos y laicos comprometidos fuimos reaccionando. En nuestro país las autoridades civiles se fueron conectando con sacerdotes y obispos a nivel nacional y municipal para lograr la sinergia de voluntades, recursos, agentes y espacios. Como suele ocurrir en las crisis, las comunidades cristianas se plantearon acciones solidarias para los que menos tienen. Lo hicieron no sólo con caridad, sino con también con heroica valentía, aunque a veces sin cuidar debidamente los procedimientos sanitarios para evitar la propagación del virus. Todo esto implicó nuevas organizaciones y enmiendas.
Siguiendo las indicaciones de las autoridades civiles se cerraron los templos, se interrumpió la catequesis y otras actividades de los grupos parroquiales…En este aspecto también la reacción fue paulatina. Hay sacerdotes que recorren solos las calles, llevando a Jesús en la custodia o bendiciendo los ramos que, en el primer día de la Semana Santa, se colgaron en las puertas y ventanas de las casas y la imagen de María con los brazos extendidos espera en la puerta de algunos templos cerrados…
Los videos de youtube y las propuestas en vivo a través de face – book y de instagram se convirtieron en espacios nunca tan utilizados como hoy para la evangelización. Hay misas, rosarios meditados, reflexiones de obispos, sacerdotes y laicos, adoración al Santísimo, lectura orante de la Biblia, encuentros de catequesis virtuales…Son todas avenidas que se abren fuera de la estructura sacramental. La Comisión de Liturgia de la CEA envía subsidios para realizar las celebraciones en familia, incluso las que corresponden a la Semana Santa, Triduo Pascual y Domingo de Pascua. Los niños y sus padres también reciben propuestas catequísticas a través de los grupos de whatsapp y a través de las diversas vías informáticas.
Poco a poco van tomando fuerza dos conceptos que le suman eclesialidad a todas estas propuestas: la familia como Iglesia doméstica donde se reza, se celebra, se comparte y se aprende a vivir cristianamente y la comunidad virtual con todo su potencial para convertirse en un espacio eclesial. Resulta alentador y profético, en este sentido, la interactividad que se produce en las misas y otros encuentros virtuales en vivo. Al comienzo de la experiencia, los comentarios tenían un sentido unidireccional y sólo iban dirigidos al sacerdote que presidía la celebración o a quien guiaba el espacio en cuestión. Poco a poco, los comentarios comenzaron a hacerse comunitarios y nos fuimos haciendo conscientes de que, desde nuestras casas, podemos integrar una comunidad virtual mucho más amplia.
Todavía nos quedan muchas cuestiones para mejorar en estos ámbitos. Tendremos que seguir buscando los modos para hacer que el lenguaje visual y auditivamente genere más confianza y cercanía: los gestos, las palabras acogedoras, las peticiones compartidas, que nadie se sienta extranjero en ninguna celebración y que nadie piense que está celebrando solo en su casa a través de una pantalla. La otra cuestión no menos importante es que todavía hay sacerdotes y fieles para quienes los recursos digitales son extraños e inalcanzables. No los comprenden, no los aceptaron en su momento y ahora se sienten afuera de todas estas posibilidades. Tendremos que acercarnos a ellos: llamarlos, rezar con ellos por teléfono, informarles los horarios de las misas televisivas, ponernos a la escucha de sus reflexiones, pedidos, alegrías y tristezas.
La dimensión ecológica.
Desde hace tiempo la escuela, el estado, la ciencia y la Iglesia nos han alertado acerca del cuidado de nuestro planeta, el uso abusivo de los recursos naturales no renovables y los perjuicios del calentamiento global y del cambio climático. Se han realizado encuentros internacionales con la presencia de los máximos líderes mundiales. Hace unos pocos años el Papa Francisco nos entregó la encíclica Laudato si, donde realiza un llamado a nuestra conciencia de hijos de Dios convocados al cuidado de la casa común.
A pesar de éstas y de otras acciones orientadas al mismo propósito en todo el mundo, el daño al planeta se incrementa más a medida que la humanidad crece. El agujero de la capa de ozono se hace cada vez más grande, ya que muchas industrias, utilizan sustancias que ocasionan daños en la capa de ozono y también daños a todos los que habitamos el planeta tierra. Poco a poco, se incrementan las lluvias, los huracanes y tornados; los suelos se vuelven muy desérticos; aumentan las enfermedades en las vías respiratorias; se produce la extinción de animales y plantas y aumenta el calentamiento global.
La actual situación de pandemia con su correlato de confinamiento y de interrupción de muchas actividades industriales nos pone de cara ante una paradoja: mientras la economía se derrumba a ritmos alarmantes, la tierra parece resurgir de una larga enfermedad provocada por la humanidad. El cielo aparece más límpido y libre de smoke en las urbes del mundo, las aguas se tornan cristalinas y vuelven a albergar especies de peces que ya no veíamos habitualmente, algunos animales van ganando las calles de las ciudades ante la poca presencia de seres humanos… Esta paradoja se suma a otros tantos misterios de esta crisis. Será preciso aquí también descifrar qué nos está diciendo la naturaleza y su Creador acerca de todo esto.
El carácter extraordinario de la pandemia.
Esta pandemia, como tantas otras crisis, es una situación extraordinaria. Un día las crisis terminan y dejan paso a la vida ordinaria. Pueden ser largas o breves, fuertes o débiles…, pero un día indefectiblemente concluyen y llega la hora de empezar a vivir el “después”. Sería ingenuo pensar que ese “después” será igual al “antes”. Es un hecho suficientemente comprobado que, cuando ocurren esos hechos extraordinarios, los cambios de paradigmas, que ya se venían gestando y emergían de a poco, se aceleran porque las crisis ponen en evidencia lo obsoleto de las estructuras existentes. Nos hacemos así capaces de hacer aprendizajes profundos y duraderos que se concretan en la aceleración de los cambios.
Sin duda, esta pandemia es tiempo para aprender. Además de resolver el “hoy” y de entregar nuestra ayuda a los más débiles alcanzando la estatura de la caridad cristiana, la crisis nos convoca a aprender. Esta pandemia, que nos iguala y nos hermana, puede ayudarnos a vivir aprendizajes profundos que nos transformen. Dios nos está dando la oportunidad de empezar de nuevo.
Hay un amanecer a punto de despuntar en esta nueva década del tercer milenio. También es tiempo para pensar en el “después.” Y esto no vale sólo para los jefes de estado, los economistas, los intelectuales, los líderes y expertos de los diversos ámbitos de la vida humana… En todos los órdenes: la familia, la educación, la Iglesia…, tendrán que surgir grupos que se pongan a pensar en el mañana. Para ello tendremos que ser capaces de una mirada larga cargada de esperanza, mirada que no se deje aprisionar por la contingencia ni por el temor o la angustia. Sólo en un estado de consciente y feliz filialidad podremos ponernos a pensar confiadamente en un incierto mañana.
El tiempo es Alguien que viene
Desconocemos cuáles serán los escenarios futuros. Podemos imaginar fundamentalmente dos y, entre ambos, una multitud de matices. Un escenario en el cual no nos decidimos a poner término al larguísimo cambio epocal, que nos viene acompañando durante más de dos décadas, con su correlato de confusión en la ambigüedad de paradigmas coexistentes. Un mundo en el que no aprendimos nada o en el que aprendimos muy poco. Después de la pandemia crecerá, entonces, más cizaña que trigo. La pobreza reinante no encontrará alivio en la fraterna solidaridad. La violencia y la corrupción pretenderán imperar en un resguardo injusto e individualista.
Felizmente, también podemos pensar en un escenario diferente. Un mundo en el que, por fin, optemos por vivir más humanamente y establezcamos relaciones de encuentro y no de mero utilitarismo. Un mundo en el cual el Evangelio se proclame, silenciosamente, más allá de las distintas creencias, a través de la vida de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El ocaso del largo cambio de época irá concluyendo para dar lugar a un nuevo amanecer.
Ambos escenarios pueden construirse hoy no sólo en la acción, que siempre es necesaria y valiosa, sino fundamentalmente en el pensamiento que prevé, planifica, proyecta y se anticipa. Y todas las claves han sido ya pronunciadas en los signos de los tiempos que hoy estamos viviendo. Por eso, no es suficiente aquella concepción del tiempo cronos a la que hacíamos referencia en el comienzo de esta reflexión.
No es suficiente dejar correr estos días contabilizando un tiempo cuantitativo. Esta pandemia es un kairós, un tiempo para descifrar e interpretar los innumerables e inefables signos que Dios está realizando. Porque el tiempo no es, simplemente, algo que pasa. El tiempo es Alguien que viene, Jesucristo el Señor. Él es el Señor de la historia que se acerca a cada persona, con la profundidad de su gracia que toca cada corazón y la majestad de su Pascua, que invita a conmorir y a co-resucitar con El. La escatología hace de todo tiempo un kairós para la esperanza.”
Seamos prudentes y no malgastemos el aceite de nuestras lámparas, cronometrando instantes vacíos. Si estamos atentos y mantenemos nuestras lámparas encendidas, podremos descifrar este tiempo oportuno de Dios y preparar un futuro mejor.
Pbro. José Luis Quijano
cote@fibertel.com.ar
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